Catalina de Erauso

Retrato de Catalina de Erauso (Franciso Pacheco) © Social Kutxa
“Catalina gana una bandera”  (J.P. Tillac)
“Catalina pelea con Reyes” (J.P. Tillac )


La conocida como monja alférez nació en Donostia a finales del siglo XVI, en 1592. Su niñez estuvo marcada por uno de los habituales destinos reservados a los miembros de las familias que no van a ser herederos principales: la entrada al convento. Sin embargo, Catalina optó por huir del convento de dominicas del Antiguo, con aproximadamente 15 años, y, adecuando sus vestimentas como si fueran masculinas, protagonizó una de las más increíbles aventuras del siglo XVII guipuzcoano.

Haciéndose pasar por paje, llegó a servir incluso al secretario del rey, Juan de Idiakez, amigo de su padre, o a su propia tía en la misma Donostia, obviamente sin ser reconocida. No obstante, las andanzas por los que será siempre recordada se inician con su embarco a América, donde enseguida se integra en la red de contactos y familias vascas, que a inicios del s. XVII ya está sólidamente formada. En su caso, entró al servicio del mercader Juan de Urkizu.

Su manejo de la espada y su habilidad para zanjar ofensas con la misma la llevaron como fugitiva hasta Lima, donde se alistó en el ejército para combatir a los araucanos. Otra vez la red social vasca le sirve de apoyo, llegando incluso a ser acogida por su propio hermano, que la toma por un familiar aun sin reconocerla, otra expresión del concepto amplio de familia del momento, entendida como comunidad social y de protección.

Destacaba por su belicosidad, tanto en las batallas como en duelos y pendencias. Ascendida a alférez en la batalla de Valdivia, nuevamente salió huyendo tras matar a su propio hermano en un duelo nocturno, al que ambos asistían como padrinos. Atravesó los Andes hasta Tucumán, periplo que habla por sí solo de su grado de fortaleza y determinación. De allí  vuelve a escapar para no cumplir la palabra de matrimonio dada a dos mujeres. Pendencias, batallas, condenas a muertes y huidas siguen jalonando su trayectoria por todo el Cono Sur, hasta que en Cuzco, tras matar a un espadachín y herida de gravedad, confiesa su sexo, creyendo próxima la muerte.

Siempre protegida por el entramado social vasco en América, será ante el obispo de Guamanga cuando la confesión de su sexo se haga pública, y su caso seguido con interés en América y Europa. En esta tesitura, retoma los hábitos en el convento de Santa Clara, hasta la muerte de su protector, el mismo obispo, en 1620. Entonces, llamada a Lima por el arzobispo, es recibida por un inmenso gentío e ingresa en el convento de la Santísima Trinidad. Su vuelta a Europa, con alguna que otra pendencia en alta mar, se produce en 1624. Fue recibida por el rey y por el Papa Urbano III, quien le autoriza a seguir con su vida y vestir de varón, siempre que modere sus excesos. De vuelta a América en 1645 como Antonio de Erauso, muere repentinamente en 1650, en Ayacucho o  en Quitlaxtla, según versiones.

Francisco de Loiola, Alonso Díaz Ramírez de Guzmán y Antonio de Erauso fueron tres de los nombres masculinos que usó en su vida.

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